En el funeral de P.
Sal 148, 1-2. 11-12. 13. 14
Jn 16,12-15
Hermanos: cada vez se nos presentan menos oportunidades para juntarnos como familia de fe. Vamos perdiendo la costumbre de reunirnos en torno a la mesa de la eucaristía los domingos y fiestas de guardar, y vamos camino de limitar nuestras manifestaciones de fe a puntuales actos religiosos donde importa más la apetencia de cada cual que la iniciativa de Dios y la aportación de los hermanos.
Una de esas oportunidades que nos quedan es el funeral de nuestros/as hermanos/as difuntos/as, como en el caso de hoy el de Patricia. No perdamos esta oportunidad; no nos limitemos a pedir por ella, o darle gracias a Dios por los años que ha vivido y lo que ha supuesto para los suyos —¡que no es poco!—; tratemos de ahondar en la Palabra de Vida que la Liturgia nos ha brindado.
En la primera lectura se nos ha presentado uno de los primeros encuentros de la fe en Cristo resucitado con la sabiduría del tiempo (la sabiduría griega). Y se nos ha plantado que, aunque a aquellos sabios se ha de considerar creyentes, adoradores de dioses, sin embargo son incapaces de aceptar la resurrección; se ríen de quien se la presenta, el apóstol Pablo: «De eso te oiremos otro día» —le dicen; y, tildándolo de loco, se alejaron de él. Sólo algunos se le acercan. Creo que esta escena puede constituir un espejo donde se pueda mirar nuestra fe.
Pablo presenta a Jesús resucitado a aquellos atenienses como la medida con la que confrontarse, porque Dios lo ha establecido así al resucitarlo de entre los muertos. Pero aquellos atenienses no lo aceptaron. Y, hermanos, en nuestros días tampoco se acepta, por lo general, que sea otro/a, una realidad externa a uno/a mismo/a, la medida de los actos propios y de la vida de cada uno/a.
Pero ¿podemos decir que una sabiduría que se engríe, que no espera nada de otro —por humilde que éste sea— es una auténtica sabiduría? Cuando el hombre se encumbra, se considera el centro, destierra a Dios, se endiosa y se absolutiza a sí mismo. ¿Qué se puede esperar de un hombre endiosado, absolutizado?
Desde la experiencia y la fe en Jesús de Nazaret sabemos, porque él nos reveló a Dios como Padre, y nos regala al Espíritu, que Dios no humilla al hombre, ni lo margina, sino que lo libera de lo que lo ata y esclaviza, llamándolo a colaborar con él en la tarea de la Creación. Dios ofrece un proyecto, y un camino, en su Hijo, y nos da también a su Espíritu: la tarea consiste en trabajar porque nos amemos como hijos/as de Dios: respetándonos, sirviéndonos unos a otros y amándonos hasta el punto de poder dar la vida por el hermano en el discurrir de cada día.
¿Se puede entender así la vida? Por el contrario, ¿es preferible entenderla como tiempo para acumular riqueza y disfrutar de ella? Para lo primero necesitamos a Dios, en su Palabra, en la Celebración y en el encuentro frecuente de los hermanos, sobre todo en torno a la Mesa de la Eucaristía. Para lo segundo nos sobra todo esto y nos basta con el egoísmo, la malicia o la ambición.
Al presentarnos ante Dios con la vida cumplida de nuestra hermana Patricia, pidámosle que añoremos la sabiduría de la fe, que nos lleva a dejarnos conducir por el Espíritu del Resucitado hasta llegar un día a la presencia del Padre, de cuyo amor gozaremos por toda la eternidad.
LECTURAS
Eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 17,15. 22_18,1
En aquellos días, los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas, y se volvieron con encargo de que Silas y Timoteo se reuniesen con Pablo cuanto antes.
Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:
- Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: «Al Dios desconocido».
Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y lo que contiene, él es Señor de cielo y tierra y no habita en templos construidos por hombres, ni lo sirven manos humanas; como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo. De un solo hombre sacó todo el género humano para que habitara la tierra entera, determinando las épocas de su historia y las fronteras de sus territorios.
Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas: «Somos estirpe suya».
Por tanto, si somos estirpe de Dios, no podemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Dios pasa por alto aquellos tiempos de ignorancia, pero ahora manda a todos los hombres en todas partes que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre designado por él; y ha dado a todos la prueba de esto, resucitándolo de entre los muertos.
Al oír «resurrección de muertos» unos lo tomaban a broma, otros dijeron:
- De esto te oiremos hablar en otra ocasión.
Pablo se marchó del grupo. Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más.
Después de esto, dejó Atenas y se fue a Corinto.
Sal 148, 1-2. 11-12. 13. 14
R. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria
Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.
Alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo, todos sus ejércitos.
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños.
Alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra.
Él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.
Evangelio
Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará
Lectura del santo evangelio según san Juan 16,12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.