En el funeral de...
Is 61, 1-2
Mc 1, 14-20
HOMILÍA
Hermanos: hay momentos en los que es preferible callar, y dejar que las entrañas manifiesten su dolor. Es que no nos acostumbramos a que la vida quede truncada a tan temprana edad.
Pero ¿es preferible rebelarse contra el Autor de la Vida, sin darnos cuenta de que no somos quién para darle lecciones, pues él sabe bien cuándo plenificar cada vida que él ha puesto en nuestras manos?
No acabamos de reconocer a Dios como el Autor de la Vida, como Dueño y Señor que no juega con su creación, sino que la ama, y en ella destina al hombre, a la mujer, a participar y gozar eternamente de su presencia. No acabamos de meternos en ese misterio, y nos atrevemos a reírnos de él y a rechazar con la blasfemia o la indiferencia ese desvelo por nosotros que se empeña en manifestarnos en su Hijo Jesús.
Pero, amigos, no nos dejemos atenazar por el dolor, ni dejemos que nos ofusque nuestra oscuridad sin Dios. Tratemos de escucharle en la Liturgia que nos brinda este día en que la Iglesia conmemora a san Juan de Ávila. Hijo de familia acaudalada, a la muerte de sus padres repartió los bienes entre los pobres y se decidió por el sacerdocio, y, en su predicación van dándose innumerables conversiones.
Proclamábamos en la primera lectura: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren... » Sí, amigos; Dios en su Hijo Jesús es Buena Noticia. ¡Y cómo nos empeñamos nosotros en rechazarla, en negarla, en despreciarla, en ignorarla...! Parece como si a Dios recurriéramos cuando las cosas se nos tuercen; y lo hacemos con la blasfemia y la rebelión del corazón. No hemos descubierto aún a ese Dios que se nos acerca en su Hijo Jesús y nos solicita nuestra participación en el proyecto del Reino.
Fijémonos en el evangelio de hoy: cómo nos está manifestando que es él quien se acerca a nosotros en el día a día y nos invita a que acojamos su salvación, invitándonos para ello a la conversión. El Reino de Dios y la Conversión no son meras palabras, sino las realidades que orientan, plenifican y dan sentido a nuestra precaria existencia.
Notemos esto: el Reino de Dios, la Salvación, Dios mismo, no es el premio a nuestra conversión, sino que es previo a ella: Dios lleva la iniciativa, sale a nuestro encuentro, se nos ofrece, se nos brinda, sin que hayamos hecho ningún mérito; y nosotros podemos acogerlo o rechazarlo.
La primera lectura nos ha presentado a un hombre que lo ha acogido y se siente enviado a anunciarlo. Quien acoge a Dios, quien vive su presencia, su Reino, su salvación, no puede menos de darlo a conocer, para que también otros puedan acoger a ese Dios que se entrega, se regala, como buena noticia. Lo hemos visto en el evangelio: irrumpe en el día a día de los hombres; tiene necesidad de comunicarse a ellos...
Podemos acudir a ese Dios misterioso en nuestro dolor, en nuestra impotencia, en nuestra pequeñez, porque se nos presenta como Buena Noticia, como vendaje para corazones desgarrados... Sepamos acogerlo, como fuente de esa vida que él la inicia y él la culmina. Sepamos agradecérsela, aunque su misterio nos desborde, e incluso nos rebelemos desde el dolor de la incomprensión.
Pidámosle que sepamos acogerle y disfrutar de él en el día a día. Y que sepamos agradecer, confiadamente, que es él quien plenifica hoy la vida de nuestro hermano N., y le hace disfrutar de su presencia por toda la eternidad.
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