En el funeral de...
Hch 15, 7-21
Jn 15, 9-11
Hermanos: ¿Qué sentimos cuando, como en el evangelio que hemos proclamado, escuchamos que Dios nos ama? «Como el Padre me ama, así os amo yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor...»
Nosotros hemos vivido y vivimos una religiosidad natural, sociológica, aún no cristianada... Y, porque no nos llena, cada vez vamos dando más la espalda al dios que la sustenta: cada vez sentimos menos necesidad de ese dios, que lo identificamos con situaciones de poder, de esclavitud, de dirección de conciencias, usurpador de la libertad y la individualidad... Y, al mismo, tiempo, en vez de buscar en Jesús a un Dios Padre/Madre que nos humanice, tratamos de llenar su vacío con cosas, y con eso que rechazamos o decimos rechazar... Escuchemos de nuevo las palabras de Jesús: «Como el Padre me ama, así os amo yo...», y fiémonos de ellas; merece la pena. ¿No creéis?
Amigos: a la vida no se la dota de sentido con años, o con riquezas o con poder..., ni siquiera con las amistades que se puedan granjear..., sino con el amor de Dios que se disfrute en ella. Y es a eso a lo que Jesús nos invita. Creo que aún no lo hemos comprendido. Lo damos por sabido...
A lo largo de la vida vamos experimentando esas muestras de amor en torno a nosotros, que nos haban de ese amor pleno que nos dispensa Dios, como Padre/Madre nuestro que es. Pero, tal vez porque no lo hemos descubierto como el Padre que se nos revela en su Hijo Jesús, sino que lo imaginamos como el Soberano, o el Juez, o el Omnipotente y el Lejano, no acabamos de disfrutar de su amor, y no podemos hacerlo realidad en el cumplimiento de los mandamientos de que habla Jesús.
¡Cuánto tenemos que aprender! Aprenden los que saben observar, preguntar, investigar, dialogar... En nuestro caso, aprenden los que leen la Escritura, se acercan a la Palabra de Dios, a celebrar la Liturgia, acuden a la oración, y tratan de iluminar su vida diaria desde ella; así encuentran la oportunidad y la posibilidad de hacer realidad la palabra de Jesús.
En la primera Lectura hemos asistido al enfrentamiento de concepciones distintas de entender la salvación. Para los fariseos y judaizantes es el resultado del cumplimiento de unas prescripciones y unos ritos; para los discípulos es el regalo de Dios que nos la presenta en su Hijo Jesús. El amor de Dios Padre/Madre no se conquista a base de esfuerzo o rituales, sino con la acogida; y una vida que lo acoge se ve transformada; en ella se hacen realidad los mandamientos de Jesús. Hay cosas que pueden alejarnos de ese amor: es preciso evitarlas, apartarse de ellas. Pero lo que nos acerca a ese amor, a su alegría y dicha, eso hay que frecuentarlo. Eso es la oración, la comunión con los hermanos, la Escritura...
Hermanos: hay momentos en nuestra vida difíciles de asumir, que pueden golpearnos de tal manera que nos hacen despotricar y renegar de todo, incluso de la débil fe que nos asiste. Como en el caso que nos ha congregado, tal vez. Pero ¿creéis que, porque una vida se haya truncado a los cuarenta y algunos años, Dios no nos quiere? ¿Creéis que está castigando alguna actuación nuestra? ¿O que nos llama la atención por algo? Dios no juega con nosotros, hermanos. Como Autor y Señor de la Vida, él la plenifica cuando le parece. ¿Nos atrevemos a darle lecciones? Lo que nos corresponde a nosotros es ir llenando esta vida del gozo que en ella podemos disfrutar al entregarnos a los demás, al alabarlo y glorificarlo como Padre/Madre que un día nos hará disfrutar de su amor por toda la eternidad, como ya lo ha hecho con nuestro hermano N.
Agradezcámosle los años que le ha concedido; invoquemos su misericordia sobre él. Y pidámosle que nosotros sepamos escucharle y servirle para hacer de nuestro entorno una fraternidad que fructifique en el cumplimiento de los mandamientos de su Hijo Jesús.
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