En el funeral de R. y Y.
HOMILÍA
Hermanos: la liturgia de hoy celebra a san Bernabé, que lo considera apóstol aunque no era uno de los 12. Fue compañero de Pablo o, tal vez podríamos decir, su padrino, pues fue Bernabé quien intercede por Pablo y lo asocia a las tareas de la evangelización. Y no es otra cosa el apóstol sino aquél que está entregado a la tarea de dar a conocer a Jesucristo.
Al acudir a celebrar los misterios de la muerte y resurrección de Jesucristo en torno a la mesa de la Eucaristía en este día de san Bernabé, ojalá podamos sentir algo de lo que Bernabé sentía por Pablo, a quien fue a buscarlo a Tarso para asociarlo a la tarea de apóstol.
Sí, hermanos: puede que compartamos en este momento un espacio en el que nos sintamos incómodos, por el hecho de no compartir, tal vez, ningún otro espacio en la vida diaria; es la fatalidad a la que nos aboca nuestro individualismo; y la obligación para con nuestros difuntos (Raimundo y Yolanda) no resulte lo suficientemente fuerte como para unirnos en el dolor, en la acción de gracias y en la familiaridad.
Descubramos en Bernabé, de quien se dice que era justo, que el amor a Dios y la entrega y la dedicación a la tarea de la evangelización puede resultar providencial. Puede que sean pocos los espacios que compartimos, y que, seguramente, la vida que llevamos no nos ayude a que se amplíen esos espacios. Pero descubramos en la fe que el hecho de proclamarnos hijos e hijas del mismo Padre y discípulos/as del mismo Maestro puede hacer que nos reconozcamos hermanos.
Las diferencias personales no debemos obviarlas, ni tampoco exacerbarlas, sino asumirlas como fuente de riqueza: cuando se ponen en común en ambiente de oración y de ayuno, como lo hemos visto en la primera lectura, revierten en enriquecimiento del grupo y suponen un impulso para la evangelización.
Al presentarle al Padre común a nuestros hermanos Raimundo y Yolanda, descubramos que hay algo más fuerte que el dolor y la desgracia que supone la pérdida de un familiar a temprana edad, que une: la fe; y que ese Jesús en quien creemos nos envía a darlo a conocer en cada circunstancia de nuestra vida, confiados no en nuestros medios, sabiduría y fortaleza, sino en la Providencia.
Que ella suscite en cada uno de nosotros un corazón agradecido que sepa alabarlo y bendecirlo más allá del dolor y de la pena, y haga brotar en nosotros la esperanza de que caminamos hacia una iglesia en la que conocer más a Jesús nos lleva a ser más hermanos, solidarios, pacificadores y agentes de reconciliación.
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