EN EL FUNERAL DE Miguela
Nm 13, 1-3ª.25b—14, 1.26-30ss
Mt 15, 21-28
HOMILÍA
Hermanos: cuando nos reunimos en torno a nuestros hermanos difuntos a la hora de despedirlos, podemos sentir profundas experiencias de humanidad, de cariño, de amor, si sabemos aprovechar el silencio interior, tan necesario para este tipo de experiencias.
La pena es que la falta de costumbre de descender a nuestra interioridad nos hace bandearnos en la superficialidad, donde nos contentamos con despejar el horizonte con frases tan vanas y manidas como éstas: para vivir como estaba, mejor está ahora, que descansa... Lo suyo ya no era vivir, entre tanto tubo y droga... Es una pena, pero hay que saber aceptar...
Cuando es una persona realmente querida y amada la que la muerte nos arrebata, nos resistimos al hecho de la separación definitiva que supone la muerte, y, si somos creyentes, elevamos nuestra mente a Dios para clamar ante él, manifestarle nuestro dolor y esperar respuesta.
Qué bien queda iluminada esta situación desde el evangelio que acabamos de proclamar. La cananea, ¡una mujer, y pagana!, se acerca a Jesús, salida misteriosamente de aquellos lugares —nos dice el evangelista— y, por respuesta, recibe la no respuesta de Jesús, como el desprecio más absoluto. La situación se nos antoja muy extraña, e incomprensible para los que disfrutamos de tantos derechos que no sabemos qué hacer con ellos, y creemos que todo se nos debe y no sabemos agradecer.
Pero no lo fue para la cananea que, como madre sufridora, se postra ante Jesús y retuerce su argumento buscando en él un resquicio que provoque el milagro: también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa.
Cuando uno contempla aquel cuadro y escucha los argumentos de Jesús, de sus discípulos y estas palabras, no puede menos de aplaudir a aquella mujer, como no pudo tampoco Jesús, que alabó su gran fe.
¿Verdad que a nosotros, que rezamos de vez en cuando, enterramos a nuestros muertos y consumimos algún que otro sacramento nos falta esa fe? Nos parecemos más a aquel pueblo que, sacado de Egipto, camino de la Liberación, no para de murmurar contra Moisés y contra su Dios en cada dificultad que se le presenta en el camino, y quiere hacerles responsables de su suerte.
¿Puede hacer algo Moisés, si aquel pueblo no pone nada de su parte? ¿Puede obrar Dios la salvación si el pueblo, (o tú y yo), no pone/mos nada de nuestra parte?
La mujer cananea ha de servirnos de ejemplo: no se consume en su dolor y en su pena; acude a Jesús, aunque ella es pagana; asume el desprecio de no ser atendida en primera instancia; pero confía plenamente en aquél que lo puede, y lo doblega con su corazón de madre dolorida.
Dios nos pone a prueba. No nos da facilidades, ni accede a nuestros caprichos. Dios es el Padre que espera nuestra respuesta de hijos que se verá cumplida con la Tierra Prometida, con la Vida eterna en su seno. Seamos agradecidos con él al presentarle a nuestra hermana Miguela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario