2Mac 7, 1-2.9-14
Sal 16
2Tes 2, 15—3, 5
Lc 20, 27-38
HOMILÍA (En el funeral de Javi)
Hermanos: la liturgia de hoy, en la que honramos a nuestro hermano difunto Javier, nos acerca a la cuestión humana más profunda haciéndonos reflexionar sobre las credulidades más superficiales que manejamos, como la de que al que madruga Dios le ayuda. Esto es: muy interesadamente hemos creído que a quien es fiel, reza, ayuda a sus semejantes y es cumplidor Dios le ayuda y le bendice y beneficia.
Ya 200 años antes del nacimiento de Jesús, el creyente y fiel se da cuenta de que es precisamente lo contrario: el que trata de ser fiel a Dios es vapuleado y perseguido hasta la muerte: lo hemos sufrido en la primera lectura. ¿Dónde queda la retribución temporal a la fidelidad? Y la reflexión, la oración, la fidelidad a Dios le lleva a este creyente a romper con las barreras del espacio y del tiempo, y abrirse a la trascendencia.
El evangelio nos ha dejado claro que es quien disfruta de riqueza, poder e influencias el que no puede ni siquiera pensar en la resurrección y la vida futura; la ridiculiza y se escuda en argumentos fútiles que Jesús desbarata en sus propios planteamientos.
Cuántas veces se oye en nuestro entorno que una vez muerto ya nada nos importa, ni con lo que hagan con nosotros ni lo que nos sobrevenga. Pero el comportamiento de los que quedamos dice bien lo contrario, pues no nos deshacemos del cadáver de cualquier manera, sino que le tributamos unas honras fúnebres, enterramos con dignidad el cadáver, adornamos su tumba, o lo incineramos y le tributamos otro tipo de homenaje, y lo recordamos en nuestras oraciones y, sobre todo, en el memento (o recuerdo) de los difuntos que hacemos en cada Eucaristía.
Pero ¿no os parece que estas costumbres tan humanas y tan solidarias y loables están dando paso a otras costumbres? Creo que vamos pareciéndonos poco a poco a la mentalidad representada en el evangelio de hoy por aquellos saduceos que disfrutaban de una situación privilegiada en aquella sociedad.
Hemos alcanzado cierta comodidad, cierta calidad de vida, cierto disfrute de los placeres mundanos y, colonizados por ellos, Dios se nos convierte en recurso de nuestros imposibles, o el aguafiestas que nos impone deberes que se verán premiados en el más allá pero nos impide disfrutar del más acá. Y preferimos esto último.
Pero la vida otra no es fruto de un empeñismo o un estoicismo que impida el disfrute de las mieles terrenales, sino precisamente fruto de la fuerza del amor.
Se lo hemos oído a Pablo en la segunda lectura de hoy: Dios nuestro Padre nos ha amado tanto que nos ha regalado consuelo permanente y una gran esperanza. Él nos da fuerzas y nos librará del malo.
Y lo vemos en Jesús. Él es la Buena Nueva; confía plenamente en Dios Padre; él es quien nos abre el camino para que podamos tratarle con confianza y con la esperanza de que un día nos acoja en su seno plenificando una vida que él la ha iniciado y en él tiene su plenitud, como hoy la de nuestro hermano Javier. Merece la pena seguirle a este Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario