2007/02/23

Viernes después de ceniza

EN EL FUNERAL DE AGUSTINA

El ayuno que quiere el Señor

Lectura del libro de Isaías 58,1-9a

Así dice el Señor Dios:
- Grita a plena voz, sin cesar,
alza la voz como una trompeta,
denuncia a mi pueblo sus delitos,
a la casa de Jacob sus pecados.
Consultan mi oráculo a diario,
muestran deseo de conocer mi camino,
como un pueblo que practicara la justicia
y no abandonase el mandato de Dios.

Me piden sentencias justas,
desean tener cerca a Dios.
«¿Para qué ayunar, si no haces caso?;
¿mortificarnos, si tú no te fijas?».

Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés
y apremiáis a vuestros servidores;
mirad: ayunáis entre riñas y disputas,
dando puñetazos sin piedad.

No ayunéis como ahora,
haciendo oír en el cielo vuestras voces.
¿Es ése el ayuno que el Señor desea,
para el día en que el hombre se mortifica?,
mover la cabeza como un junco,
acostarse sobre saco y ceniza,
¿a eso lo llamáis ayuno,
día agradable al Señor?

El ayuno que yo quiero es éste:
abrir las prisiones injustas,
hacer saltar los cerrojos de los cepos,
dejar libres a los oprimidos,
romper todos los cepos;
partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo,
y no cerrarte a tu propia carne.

Entonces romperá tu luz como la aurora,
enseguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino la justicia,
detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá;
gritarás, y te dirá: «Aquí estoy».


Sal 50, 3-4. 5-6a. 18-19

R. Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
 

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
 

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.


Evangelio
Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9,14-15

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole:

- ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?

Jesús les dijo:

- ¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?

Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.

 

HOMILÍA

Hermanos: celebramos este funeral de nuestra hermana en la fe N. en el viernes después de ceniza, en que la Liturgia nos ayudará a revisar una de las prácticas cuaresmales, como es el ayuno.

La Cuaresma es el tiempo del que disponemos para interiorizar la Pascua, identificándonos con Jesús de Nazaret en quien Dios Padre realiza el gran acontecimiento de la resurrección. Nuestra fe se basa en este hecho de la resurrección, y se refiere a esta persona que es Jesús de Nazaret, porque en él Dios hace realidad su plan para con el hombre. En él, mediante el bautismo somos hijos e hijas de Dios destinados a participar plenamente del amor del Padre Dios que no nos deja en la oscuridad de la muerte, sino que en ella nos abraza para disfrutar de su amor por toda la eternidad.

La Cuaresma nos ayudará a volver nuestra mirada a Dios, a vivir vueltos a Dios, a disfrutar del rostro de Dios a quien deseamos mirar para sentir su cercanía, y deseamos sentirlo cerca para hacer realidad una de las grandes aspiraciones humanas, como es la Justicia.

La Liturgia de hoy, al comienzo de la Cuaresma, nos presenta el ayuno como una práctica cuaresmal. Podemos observar que hay formas y formas de ayunar, y propósitos que busca alcanzar el ayuno. Mientras nuestra ley puede ser la de que para hacerlo mal, mejor no hacerlo, para el profeta, la llamada será ésta: Dios lo quiere así. Por tanto, es Dios el que puede ponernos cara a él, vueltos a él, y no nuestros empeños o nuestros intereses.
 
¿No podría esta llamada de atención que nos ha lanzado el profeta, hacernos revisar nuestros intereses para con Dios? ¿Lo buscamos porque queremos responder a su misericordioso amor, derrochando misericordia y amor entre nuestros semejantes? ¿No deberíamos confesar que nuestra relación con Dios es muy infantil en el sentido de muy interesada? Recurrimos a Dios cuando las cosas no discurren como nosotros querríamos, o a nosotros nos gustaría, y, tal vez para llamar su atención realizamos algunas prácticas religiosas o alguna privación a la que damos un valor que no tiene.

¿Es ése el ayuno que quiere Dios? Echa en cara el profeta a quienes realizan supuestas prácticas agradables a Dios, sin cam­biar de vida. ¿Verdad que nos lo podría decir también a cada uno de nosotros? ¿Qué nos parece, por el contrario, su oferta? El ayuno que Dios quiere es hacer justicia, evitar toda injusticia y explotación. Y no está hablando para los que detentan el poder político, social o económico, sino a todo aquél que quiere escuchar a Dios.

Podríamos preguntarnos: cuántas actitudes diarias delatan mi injusticia? Porque puedo ser injusto/a, y lo soy, si no soy capaz de agradecer el día que se me regala, la salud de la que disfruto, las posibilidades de hacer el bien y de ayudar que malgasto, o no aprovecho el tiempo de trabajo..., o no respeto las cosas, o hago mal uso de ellas; o juzgo a los semejantes o murmuro...

¿No me llevan esas actitudes a ciertos intereses que quedan patentes en el evangelio? A algunos les cuestan las prácticas religiosas, y les repatea que otros no las practiquen: ¿por qué los tuyos no ayunan? —le preguntan a Jesús, cuando sus discípulos están disfrutando de la presencia del novio...

¿Verdad que hay quienes disfrutan de la oración, de la escucha de la palabra de Dios y de tantas otras prácticas religiosas que a otros les parecen insulsas, aburridas e insoportables? ¿Verdad que a otros les cuesta ponerse cara a Dios, rezar, disfrutar de su presencia, y pueden derretirse en envidia?

Desde el evangelio sabemos que no tenemos que hacer nada especial para ganarnos el cariño de Dios, pues, como hijos/as suyos/as que somos Dios lo derrama sobre nosotros en abundancia. Hemos de saber acogerlo y disfrutar de él. Y, tal vez para ello, hemos de realizar las prácticas cuaresmales del ayuno, limosna y oración, para descubrir qué es lo que nos impide acoger ese amor de Dios: que es una vida realizada de espaldas a él, de cara al mundo —diríamos.

Al acompañar a nuestra hermana en la fe N., agradecemos a Dios los años que le ha concedido y todo lo que ella ha sido y ha hecho, pero agradezcámosle también que nos haya convocado una vez más a disfrutar de su amor, en el que ya nuestra hermana N. disfruta por toda la eternidad.

 

 

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