En el funeral de Constancia
Nm 21,4b-9
Sal 77
Jn 3,13-1
Hermanos: en un entorno creyente como el que nos movemos, a pesar de todas las dificultades que podamos tener (de falta de formación, de tiempo, de enfriamiento religioso o alejamiento de la Iglesia, de las celebraciones e incluso de la relación con Dios), cuando la muerte llama a la puerta de casa solemos buscar el modo de despedir a nuestros familiares difuntos del modo más digno, acudiendo a la comunidad parroquial y a la celebración litúrgica.
Si no queremos quedarnos con haber cumplido, aprovechemos la oportunidad que Dios nos brinda; y, para ello, volvamos a su palabra proclamada en las lecturas y en el salmo que nos ha ayudado a reconocer nuestra situación.
La primera lectura nos ha mostrado la situación de un pueblo que camina hacia su liberación, desfallece, protesta, murmura contra Dios… Puede ser reflejo de nuestra propia situación. El ritmo de vida que nos hemos impuesto nos hace protestar contra las instituciones, contra las normas, y también —¿por qué no decirlo?— contra Dios, porque no entendemos, o no aceptamos, tantas y tantas cosas que nos suceden a la largo de la vida.
Si nos acercamos ala enseñanza de Jesús en el evangelio, descubriremos en su diálogo con Nicodemo (Fariseo, Maestro de la Ley de Israel), la necesidad de nacer de nuevo, del agua y del Espíritu. Algo que no entendía Nicodemo y que Jesús se lo tendrá que explicar. Es que no basta con haber recibido el bautismo; hay que vivir como bautizado, como persona que se deja guiar por el Espíritu de Dios.
Este tipo de hombre, que lo encontramos en Jesús, tiene otro modo de percibir la vida, la existencia: es un hombre agradecido a Dios, que acoge su voluntad y trata de realizarla en su vida. Ello no le ahorra dificultades; pero sí le da una confianza plena en Dios: él sabe lo que hace, y un día me manifestará plenamente el misterio.
Es preciso ser elevado a la Cruz, encontrar en ella la glorificación, para poder así iluminar a todo el mundo.
Pero desde unas premisas de comodidad no se puede aceptar privaciones, dificultades y muerte; mientras estas cosas sí las aceptan quienes quieren batir un récord, ser seleccionado para jugar o, simplemente, quiere adelgazar.
No pensemos que Dios quiere que suframos, y que el sufrimiento, en cuanto tal, es valorado positivamente por Dios. Pero sí que, para seguirle a Jesús, tendremos que aceptar la cruz y renunciar a nosotros mismos.
Como el pueblo salido de Egipto tendrá que asumir las dificultades del desierto, o cualquier deportista las privaciones.
Dios nos llama en cada acontecimiento de la vida. Descubramos su llamada; agradezcamos su amor misericordioso y su cercanía, y respondámosle con generosidad. Él no pierde a ninguno de sus hijos, sino que los acoge en su seno, como hoy lo hace con nuestra hermana en la fe Constancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario