EN EL FUNERAL DE...
1Col 1, 1-8
Lk 4, 38-44
HOMILÍA
Hermanos: respondiendo a la llamada que Dios nos hace a través de la llamada particular hecha a nuestra hermana N. a participar de su descanso, escuchamos su Palabra y nos acercamos al misterio de su Hijo.
¡Qué suerte y bendición la nuestra! No la malgastemos o echemos a perder. A través de la fe podemos vislumbrar en nuestra tristeza y desgarro por la muerte de un familiar, la luz de la resurrección.
Pablo, en su carta a los Colosenses, leída como lectura apostólica, nos ha recordado los efectos beneficiosos que les aportó la fe en Cristo Jesús a quienes se adhirieron a ella a través de la predicación de Epafras y en quienes están en su entorno.
En la Ciudad de Colosas, quienes han recibido a Cristo Jesús y han optado por él, han abandonado su vida pagana y han encontrado la razón de vivir: el servicio a los hermanos.
En el evangelio nos encontramos con un Jesús que nos presenta su programa de vida: anunciar el reino de Dios, expulsando a los demonios que oprimen o quieren oprimir a las personas, curando a éstas de la enfermedad que las atenaza, haciéndolas útiles para el servicio. Ello está representado en la curación de la suegra de Pedro.
Jesús la rescata de su postración; una postración que se antoja múltiple: mujer, anciana, enferma... Y Jesús la hace válida. ¿Os imagináis la felicidad de aquella anciana?
Nosotros tenemos la suerte de poder escuchar esta palabra, de poder celebrar estos misterios. Dios, en su Hijo Jesús, se nos manifiesta como un Padre que no está ausente de nuestro dolor y drama, que nos quiere para sí, y para toda la eternidad; un Padre que no nos abandona en poder del mal, de la enfermedad o de la laxitud cultural; y que un día —como hoy a nuestra hermana N.— nos llama a participar y gozar de él eternamente.
Esta fe tiene su traducción. El Espíritu de Dios y su Fuerza actúan en quienes acogen a Jesús y optan por él: cambian de vida y de orientación en ella. De estar pensando en sí mismos y tratando de salvar su propia vida, la van desgastando hasta la extenuación en el servicio a los demás en la construcción del reino inaugurado por Jesús, con la única esperanza (motivada por la fe) de que un día Dios coronará lo que él mismo inició.
Seamos, pues, agradecidos con nuestro Padre Dios al presentarle la vida entera de nuestra hermana N., y seamos con él generosos, haciéndole sitio en nuestro interior y en nuestra vida diaria a sus llamadas.
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