2007/09/24

MARTES DE LA 25ª SEMANA DEL T. O. (I)

En el funeral de...

Esd 6, 7-8.12b.14-20
Lc 8, 19-21

HOMILÍA

Hermanos: La iniciativa de Dios, autor de la vida, nos congrega en su casa en torno al altar de su Hijo, para decirnos que nos ha escogido como pueblo suyo, y que la vida que nace en él tiene también en él su plenitud.

Quienes creemos en la resurrección no podemos hablar de muerte, sino de la plenificación de la vida por parte de Dios, en su seno. Y es lo que, desde el dolor y la congoja por la pérdida de un familiar amado, nos disponemos a expresar y celebrar. La liturgia es el marco adecuado e idóneo para ello.

Pero, ¡en cuántos casos!, nos hemos enfriado tanto, nos hemos alejado tanto de la Liturgia y de la comunidad eclesial, y hemos descuidado tanto la relación con nuestro Padre Dios, que sentimos también la incomodidad de presentarnos ante él.

No tengamos miedo, ni vergüenza, ni temor a un castigo. Dios Padre nos ama de verdad, desinteresadamente; y no puede darnos más que lo que tiene, y lo mejor que tiene: su Vida, su Amor. ¿Nos negaremos a acogerle por complejos, temores infundados y frialdad calculada? Mejor abrámonos a su donación, y seámosle agradecidos.

Podemos ser un pueblo en el exilio, como el que nos ha presentado la Primera Lectura. Pero también en esa situación hay gente de buen corazón que aprecia el culto a Dios y descubre que la vida no es puro acaparar riquezas, disfrutar de placeres o someter a los semejantes. Que es preferible mantenerse a la escucha y al servicio de quien es el verdadero Señor, Dios, que nos hace auténticamente libres, dueños de nosotros mismos, y auténticamente felices.

Con qué sencillez lo ha expresado Jesús en el evangelio: ni los lazos de familia son lo suficientemente fuertes como para darnos plenitud.

En sus palabras descubrimos que es preciso saber escuchar la Palabra, hacerle a ella sitio en el corazón, convertirla en práctica habitual de vida..., y él, Jesús, se nos propone como maestro, guía y salvador.

Si bien es verdad que a Dios podemos encontrarlo en cualquier momento y lugar, no es menos cierto que el lugar apropiado e idóneo es el templo: los que vuelven del exilio así lo manifiestan. Sin la referencia del templo, las relaciones con Dios, en muchísimos casos, mueren.

Si bien es verdad que podemos hablar con Dios desde las propias experiencias, no menos cierto es que, con demasiada frecuencia no sabemos qué decirle, y pasan días sin dirigirle la palabra, enfriándose la relación con él y sintiéndose cada vez más alejados de él.

En el Templo, la iglesia, en la Liturgia y en el calor de los hermanos que comparten, desde la fe, nuestra alegrías y nuestras penas, podemos aprender, desde la escucha de la Palabra, a dirigirle a nuestro Padre Dios nuestra palabra sincera, cálida, y también dolorida y desgarrada.

Hagamos un momento de silencio para acoger la suya y presentarle la nuestra, agradeciéndole la vida de nuestros hermanos N. y N., y rogándole la plenifique en su gloria.

 

 

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